En el día 8 de junio se celebró una gran efeméride fotográfica: los 50 años de la famosa fotografía de la “niña del napalm”, en realidad Kim Phuc, la imagen que ayudó a acabar con la guerra del Vietnam.
La famosa fotografía fue sacada por el fotoperiodista Nick Ut, en el 8 de junio de 1972, y es uno de mayores símbolos del horror de la guerra. La fragilidad de la niña, su desnudez, su desesperación, todo contribuye para que sintamos su dolor. Ella sufrió quemaduras en el 65% de su cuerpo y hasta hoy, a los 59 años, siente dolor en su piel.
La imagen dio la vuelta al mundo y le valió al fotógrafo el premio Pulitzer. Nick Ut hizo algunas imágenes, pero, delante de salvajería del bombardeo, dejo la cámara y fue él quien llevó a Kim Phuc al hospital en una camioneta, ayudando así a salvar su vida. Kim vive hoy en Canadá y dirige una fundación de ayuda a niños víctimas de la guerra y es embajadora de la Unesco por la paz.
Pero esta imagen icónica es nuestra memoria del conflicto del Vietnam. Esta fotografía provocó que la opinión en Estados Unidos se posicionara totalmente en contra la guerra, lo que contribuyó considerablemente a su final.
La filosofa Susan Sontag, en su libro Sobre Fotografía, afirma que recordamos mucho más imágenes fijas que en movimiento. Y esto sin duda vale para algunos de los acontecimientos más importantes del último siglo. Podemos listar algunas de ellas: la foto de Robert Capa del miliciano muerto en la Guerra Civil española, la imagen de la madre inmigrante de la fotógrafa Dorothea Lange durante la Gran Depresión, la famosa foto de la niña afgana de Steve McCurry y, más recientemente, la terrible imagen del niño Aylan, muerto ahogado en el Mediterraneo, al intentar huir de la guerra de Siria. Imagen de Nilüfer Demir. Entre muchas otras.

En todas estas imágenes, podemos no conocer el nombre de sus autores, pero seguramente las recordamos. Son imágenes que trascendieron su momento histórico, que dejaron de ser meras ilustraciones de un hecho para ser símbolos de algo mayor: no es esta guerra, son todas las guerras. No son estos niños, son todos los niños.


Pero ¿qué hace con que una imagen pase hacer un símbolo? ¿Por qué nos conmovemos más con unas que con otras? Estas son preguntas importantes y encontraremos sus respuestas mucho más con los sociólogos y psicólogos que con los periodistas que las hicieron. Primero tiene que ver con el impacto del acontecimiento en sí en la sociedad del momento. Todas fueron noticias de gran relevancia, que afectaron, en mayor o menor medida, a la vida de muchas personas. Segundo es la identificación que podemos tener con lo que cuenta la imagen. A todos nos conmueve el sufrimiento infantil, más aun si eres madre/padre. Y todavía más si piensas que estos niños podrían ser tu hijo. La tristísima foto de Aylan tocó el corazón del mundo occidental porque era un niño blanco, bien cuidado, con zapatos. La madre inmigrante es la imagen de madre coraje, la que va hacer todo por sus crías. La niña afgana nos desafía con sus ojos verdes. El miliciano desconocido (independientemente de toda la polémica sobre la autenticidad de la imagen) podría ser un familiar o conocido nuestro. La construcción de la empatía es la clave y esto no se da muchas veces.

Lo cierto es que la imagen de Kim Phuc nos sigue conmoviendo 50 años después. En ella vemos el horror hecho fotografía. Y vemos como todavía una imagen puede valer más que mil palabras, por más cliché que sea esta frase.
Y a ti? Que imagen ha dejado huella en tu memoria?